Viajar con niños
Trucos para confeccionar un equipaje sencillo, adecuado al destino, en el que no falta de nada… Y un par de consejos útiles para cuando vamos a alojarnos en apartamento. [Publicado en ZoomNews.es en junio de 2013]
Una vez, antes de subir a un barco, mi hijo mayor me dijo que “sólo se deben embarcar cosas que estés dispuesto a perder”, filosofía que había aprendido en Bob Esponja u otra serie de dibujos animados. Con un viaje familiar sucede lo mismo: sólo hay que meter en la maleta lo que uno esté dispuesto a perder sin dolor. Exceptuando objetos valiosos como cámaras de fotos o videojuegos, hay que pensar que las aerolíneas pierden constantemente equipaje, que los rateros asaltan coches en todo el mundo, que nadie es inmune a un despiste…
Llevad cosas a las que se pueda renunciar
Todos hacemos innumerables compras para nuestros primeros viajes, con o sin niños. Mucha gente sigue yendo de tiros largos en vacaciones, etiqueta exigida cuando se está de crucero, o en hoteles muy lujosos, aunque no especialmente rígida para los niños.
Trece años de viajes con niños me han ido enseñando que la ropa cómoda y sufrida es la que realmente necesitan, que una ‘equipación completa’ por día es la fórmula perfecta; y que siempre va a faltar algo en la maleta, pero que se puede adquirir prácticamente cualquier prenda en cualquier lugar del mundo. ¡Ah!, y que no se deben estrenar zapatos en viajes con mucho trote.
Por otro lado, unas maletas especialmente lujosas llaman mucho la atención, mientras que pocos ‘amigo de lo ajeno’ (qué expresión más viejuna) pone sus ojos en unas bolsas de viaje corrientes y baqueteadas.
Consultad qué tiempo hace en el destino
A muchos viajeros españoles, especialmente si nos hemos criado en el sur, nos resulta bastante difícil imaginarnos el verano centroeuropeo o escandinavo y solemos subir a las cumbres alpinas de nieves eternas con sandalias y camiseta. Todas las guías de viaje y webs turísticas ofrecen informaciones sobre el tiempo que hace en los sitios, y es una información extremadamente útil para preparar el equipaje. Nuestros básicos:
- Impermeable de verano. Irrenunciable cuando se viaja de la cornisa Cantábrica para arriba. El chubasquero plegable, sirve, aunque preferimos un ligero impermeable náutico. Cuando vienen aquí buscando el calor es porque allá arriba es escasito incluso en pleno verano.
- Sudaderas polares. Ni chaquetitas de punto ni jerséis: sudaderas polares. No hay nada tan práctico para los niños, abrigado y ligero en la maleta.
- Bañadores. Los destinos dan grandes sorpresas. Piscinas cubiertas, lagos especialmente cálidos, spas, playas urbanas… Incluso viajando en pleno invierno, hay que llevar bañador, porque puedes encontrarte con la piscina climatizada más fabulosa de tu vida. De sus viajes a Disneyland Paris, lo que más recuerda mi hija es la piscina con zona de burbujas del hotel New York.
- Chanclas de goma. En un viaje hacen mejor servicio que las pantuflas, ya que, si la necesidad aprieta, se pueden llevar a la playa, a la piscina del hotel o como alivio cuando salen ampollas.
Racionalizad la bolsa de aseo
En un viaje con niños hace falta poco más que cepillos de dientes, dentífrico en formato mini, peines (con los coleteros enrollados en el mango), crema solar, desodorante, útiles de afeitado y cremas protectoras. A nosotros nos ha resultado útil añadir al neceser:
- Tamaños de viaje: muchas droguerías venden ya cosméticos en formatos mini. Procura elegirlos de 100cc, por si tienes que llevarlos en el equipaje de mano y pasar la revisión en el aeropuerto.
- Frascos de plástico rellenables para el avión: sobran y bastan para unos días. Si vas dos semanas o más, lleva dos juegos.
- Toallitas húmedas para bebés. Son el milagro multiusos incluso cuando crecen. Las llevo en el bolso. Limpian caras y manos, sacan el barro de los zapatos, socorren prendas manchadas, desmaquillan tan bien como las de cosmética y tienen grandes usos de emergencia.
Que no falte un botiquín
Aparte de la medicación especial que pueda estar tomando un niño y lo que recomiende el pediatra, a un viaje hay que llevar un pequeño botiquín, nada exagerado, pero sí lo suficiente como para parar una fiebre o un dolor muscular (paracetamol o ibuprofeno). También recomiendo llevar tiritas, un bálsamo labial (los labios tienden a cortarse cuando estamos de viaje) y sellador de heridas en espray, ese gran invento. Para todo lo demás, farmacia, médico y cartilla sanitaria europea o seguro.
Experiencias pasadas y malos tragos en farmacias de varios países nos han llevado a meter en el botiquín un frasco de líquido matapiojos y una lendrera. No es un problema que pueda esperar al día siguiente, es un galimatías explicarlo en la botica e incluirlos es, por pura ley de Murphy, casi un seguro de que el problema de los piojos no se va a presentar en el viaje.
Preguntadlo todo sobre el apartamento
Los hoteles no presentan tanto problema, pero si vais a alojaron con vuestros hijos en un apartamento, hay que hacer todas las preguntas posibles antes de salir. Al hacer la reserva es el momento de preguntar:
- Si proporcionan sábanas y toallas. A veces están incluidas, a veces las cobran aparte junto con las toallas, a veces, simplemente, no las dan. Hay que saberlo antes de salir.
- Si hay lavadora. Poder hacer una colada a mitad del viaje aligera mucho una maleta familiar.
- Qué equipamiento tiene la cocina. Siempre están ‘totalmente equipados’, pero lo cierto es que muchos españoles se quejan en los foros de viajeros de que se encuentran los apartamentos sin ciertos materiales ‘para arrancar’. Es cierto, son raros los alojamientos con cocina que proporcionan útiles como estropajos, lavavajillas, azúcar o detergente para la ropa.
Preparad ‘los otros’ neceseres
Una vez recabada la información sobre qué hay y qué no en el alojamiento, podemos optar por llevar unas pocas cosas de casa o comprarlos en el destino. Por mi parte, odio comenzar unas vacaciones yendo el primer día a un supermercado y todavía odio más tener que comprar todo un kilo de azúcar para una semana. Hay cosas que suelo llevar de casa:
- El primer desayuno. Si vamos en coche, llevo lo suficiente para preparar el desayuno del primer día: café, bollos, colacao, un brick de leche y otro de zumo.
- Material básico para el menaje. Cuando no lo dan, me lo llevo. Tengo dos botes pequeños rellenables, uno para suavizante de ropa y otro para lavavajillas. Además, incluyo un estropajo, una bayeta, dos pastillas de detergente y una bolsa de basura plegada. No ocupa nada.
- Asuntos de cocina, que llevo en bolsas mini con cierre hermético de cremallera: sal, azúcar, pimienta y orégano, un frasco pequeño de aceite y otro de vinagre.
Comprad lo menos posible
Cualquiera diría que el plan de las vacaciones, teniendo en cuenta las precauciones anteriores, los estropajos y los frascos de aceite, es cocinar a diario para la familia ¿verdad? Debo confesar que el objetivo de estas eficientes medidas es precisamente el contrario: evitarlo a toda costa.
Cuando llevo los básicos, me siento de alguna manera ‘cubierta’ y evito salir de compras nada más llegar, cosa que odio y que es altamente peligrosa. Una vez, en un viaje a una casa rural con unos amigos, los que llegaron de avanzadilla hicieron una compra tan monumental que sólo pudimos consumir la mitad. Al dejar el alojamiento, estuvimos una mañana entera vaciando refrescos por el fregadero porque el casero se negó a quedárselos…
Es verdad que los supermercados franceses, alemanes, finlandeses o belgas son tentadores, con sus estantes llenos de novedades de nombres exóticos (para nosotros, claro), sus seductoras bodegas y sus secciones de dulces que parecen joyerías.
Una cosa es saber que se puede contar con una tortilla de emergencia, y otra llevarse en la maleta los agobios cotidianos
Pero no hay que caer el primer día. No, sin haber explorado las opciones –y en especial los menús infantiles- de los restaurantes locales o las tiendas de comida para llevar. Los mercados y los puestos de fruta callejeros dan grandes alegrías a los viajeros.
Recuerdo un kilo de picotas adquirido por 3€ en un tenderete de Monastiraki, en Atenas, lavado en una fuente pública y consumido bajo los soportales del antiguo Ágora. Pocas meriendas tan ricas y gloriosas en nuestra vida.
En otra ocasión, una baguette, una lata de foie y una cuña de queso brie de una tiendecita de barrio fueron un suntuoso picnic sobre la hierba del campo de Marte de París. Un niño de dos años hizo un montón de amigos aquella sobremesa tras jamarse media barra de pan con queso. O aquel otro viaje al norte de Francia en el que descubrí el vino de Burdeos y el placer de sentarse al fresco, en un jardín precioso, para saborear siete u ocho variedades de quesos...
Pese a la angustia que a los padres nos produce una nevera vacía, hay que pensar en lo que significa una compra de alimentos compulsiva en vacaciones: obligarse a cocinar día tras día, perderse la comida callejera, no poder ceder al impulso de sentarse en un puesto de salchichas, pasar de largo en los mercados, tener que volver sin ganas a cocer espaguetis y preparar boloñesa porque “la carne picada no aguanta hasta pasado mañana”…
Una cosa es saber que se puede contar con una tortilla de emergencia, y otra llevarse en la maleta los agobios cotidianos. Estáis de vacaciones, integraos con el paisaje también a la hora de comer. Comprad para el día, no acumuléis, disfrutad de los sabores locales y buscad siempre un paraje irrepetible para cada bocado. Es lo que vosotros y vuestros hijos realmente vais a recordar toda la vida.