Viajar con niños
Incluso los partidarios de la planificación milimétrica en los viajes con niños vamos alguna vez a la aventura. Bohemia, por ejemplo, es un buen lugar para deseos repentinos. [Publicado en ZoomNews.es en marzo de 2013]
.- “Tienes que contar también lo de cuando vamos a la aventura”, me dijo mi ‘socio’ de viajes esta semana.
.- “Ni hablar, he fundamentado el blog en los beneficios de la planificación y no pienso saltarme las normas tan pronto”, le respondí.
.- “Pero hay muchas veces que se puede ir a la aventura, y nosotros lo hemos hecho, así que cuéntalo”, me ha replicado, y como es el Día del Padre y encima tiene razón, no me queda más remedio que admitir que a veces, incluso los acérimos partidarios de la planificación milimétrica en los viajes con niños nos liamos la manta a la cabeza y nos lanzamos.
¿Por qué? Pues porque vives en una ciudad que de repente se queda vacía un puente y te entran unas ganas enormes de hacer algo; porque no te esperabas esos días libres o ese dinero extra y lo primero que te viene a la cabeza es un viaje; porque trasteando por Internet se te aparece un billete hiperbarato o un hotel irresistible a precio de saldo y te dices, ‘venga, va’… o porque, simplemente, cuando menos te lo esperas, se te pone un viaje a tiro y… te vas.
Aquel año, en Marienbad
Mi familia y yo estábamos en Múnich en agosto de 2003, el año de la espantosa ola de calor, pasando unos días con unos amigos. Nuestro hijo ya se había metido en todos los canales del Jardín Inglés, habíamos explorado los castillos de los alrededores –y sus lagos- y diseccionado todas las excursiones posibles a la parte más cercana de Austria. Se nos ocurrió ir más allá, hasta Bohemia, en la República Checa y pasar unos días recorriendo los balnearios. Así, sin reservas, y con un Renault Megane de alquiler sin aire acondicionado, empaquetamos la maxi-coxi (la peque tenía apenas seis meses de edad), el carrito, los bibes, la bolsa de pañales… y nos lanzamos a la aventura en dirección a Ratisbona.
Tengo que decir que fue un recorrido impresionante y muy recomendable: carreteras mejorables pero decentes, un paisaje boscoso de lo más verde y romántico, buenísima música local en la radio... Todo se dio bien. Y no sólo porque encontramos hotel sin problema tanto en Marienbad como en Budweis, sino porque también descubrimos una zona de la República Checa que quizás no habríamos visitado jamás si no hubiésemos cedido a un impulso.
- Mariánské Lázné (Marienbad, por su nombre alemán) es una ciudad bellísima, nacida alrededor de sus aguas termales como estación balnearia, llena de preciosos edificios históricos de diferentes estilos, desde austrohúngaros hasta imperiales rusos, con una columnata espectacular por la que pasear mientras se beben las aguas minerales que sirve directamente la tierra. Vale, la media de edad de los turistas –alemanes en su mayoría- superaba los 70 años, pero eso hacía que fuera tan pacífica y razonable visitarla con niños. Los hoteles del centro tienen precios muy razonables y, muchos de ellos, tratamientos de spa.
Karlovy Vary (Carlsbad en alemán), a pocos kilómetros, es aún más monumental y hermosa, si cabe, que Mariánské Lázné. Más fuentes, más columnatas, más edificios estilo ‘pastel de merengue’, iglesias de todos los credos, huéspedes ilustres… Resulta algo más agitada por la cantidad de turistas que recibe al día, pero sigue siendo un extraordinario lugar que hay que ver al menos una vez en la vida y en el que no hay problemas para encontrar alojamiento o restaurante. El carrito de la peque aguantó bien las numerosas cuestas.
- Ceské Budejovice (Budweis en alemán, la ciudad en la que nació la cerveza Budweiser) es muy tranquila, y no está invadida de turistas, lo que la hace especialmente agradable. Con una plaza mayor impactante y barrios históricos bien conservados, fue una parada muy agradable para dormir. Nos trataron de maravilla en el Grand Hotel Zvon, en la misma plaza y nos pusieron cuna. Cómodo, con vistas y nada caro, además nos dieron de cenar en el restaurante de la plaza con fabulosa cerveza checa.
- Cesky Krumlov fue la última ciudad checa que visitamos en aquel recorrido y la catalogamos como, probablemente, la más alucinante de todo el viaje. Un cuento de hadas construido hacia las alturas –no, no se hace pesado empujar el carro- con fachadas profusamente y tan bien conservado que quita el aliento. Un descubrimiento al que hicimos propósito de volver.
Este viaje nos encantó: los niños eran pequeños y todo salió a pedir de boca. Pero no fue sólo cuestión de buena suerte. Es que ni siquiera en agosto es una zona atestada, lo que hace más fácil encontrar alojamiento enseguida.
Hay sitios así, a los que uno puede llegar con sus hijos y pedir habitación (siempre viéndola antes de pagar) y mesa para un par de días. Incluso en pleno agosto. Cuesta un poco más caro que reservar por Internet con tres meses de adelanto, pero la aventura es la aventura. Evitando eventos deportivos, fiestas mundialmente famosas, ferias y otros acontecimientos de masas, hay lugares en el mundo para los impulsivos que viajan con niños.
Alemania en verano. Las regiones alemanas hacen vacaciones escolares en diferentes fechas, con lo que no el país no se colapsa en un mes determinado y es fácil encontrar habitaciones tanto en hoteles urbanos como en pensiones (hotel garni). Quizás convenga reservar para las Ferienwohnunge (apartamentos de vacaciones) de las zonas rurales más turísticas. La excepción al ‘impulso’ es la Feria de la Cerveza de Múnich, que empieza a mediados de septiembre: los hoteles de 50 kilómetros a la redonda están reservados desde un año antes de que empiece la fiesta.
París en agosto. ¡Una auténtica gozada! París se vacía, se puede aparcar por cualquier lado (las últimas dos veces que hemos ido ni siquiera cobraban el ticket de la O.R.A. ese mes), hay buenas ofertas de alojamiento y todos los monumentos y tiendas están abiertos.
Las zonas de montaña en Austria. Las palabras mágicas son 'Zimmer frei’, significan ‘habitaciones libres’ y se pueden leer ante cualquier casa de pueblo o granja montañera cuando se recorren el Tirol y la región de Salzburgo, en Austria. Fiables y limpias, valen como fonda cuando se recorren los impactantes paisajes alpinos.
Las sedes de la Unión Europea. Al detenerse la actividad política, Bruselas y Estrasburgo se encuentran de repente con muchos hoteles casi vacíos y a precio bastante interesante para la familia turista avezada. Ambas proporcionan un ‘campamento base’ para hacer excursiones de un día. A Brujas, Gante, Amberes, Malinas o Lovaina la primera y a Friburgo, Baden-Baden y la Selva Negra la segunda. En ambas ciudades se come de maravilla.
Italia en otoño e invierno. Monumentos casi sin colas, calles transitables y precios más razonables. Roma, además, tiene un clima bastante llevadero. Venecia es húmeda y fría en enero y febrero, pero se agradece otros meses de la temporada baja. Florencia es una locura si se viaja con niños en temporada alta. Mejor evitar el carnaval de Venecia y los cónclaves en Roma.
Qué lugares evitar cuando se viaja cediendo un impulso:
La frontera española con Francia en puentes y fechas de desplazamientos de vacaciones. Sin reserva es un verdadero infierno, no hay una sola habitación libre y es un caos de tráfico.
La Costa Azul de Francia en verano. Lo que quede libre en esta atestada zona del mundo no es apto para que se aloje tu familia. Consulta Internet antes de lanzarte.
Londres. Maravillosa, divertida y muy recomendable siempre, a Londres hay que ir con reserva y planificar el viaje con niños con tiempo.