La peor cena de nuestra vida, con y sin niños

22.01.2013 06:00

Aquella cena en Praga, con los niños pequeños, fue un desastre, pero nos enseñó que cuando se viaja en familia, las reglas son distintas. La lección: teníamos que reconvertirnos de mochileros a grupo de cuatro ‘pax’. [Publicado en www.zoomnews.es en enero de 2013]

Puente de diciembre. Nuestro tercer viaje a Praga. Esta vez, con nuestros hijos de cinco y dos años. Habíamos reservado por Internet, con tres semanas de antelación, para cenar en el restaurante King Solomon. En los tiempos anteriores a las opiniones de internautas, había que fiarse de las guías de papel, y de este kosher se decía que era el mejor de la ciudad. Habíamos estado en varios restaurantes judíos de Cracovia y queríamos repetir la experiencia a lo grande.

La web del King Solomon anunciaba un menú de degustación por 18 euros y nos pareció una buena idea. Mejor que el que había sido hasta entonces nuestro restaurante favorito, U Supa, en la céntrica calle Celetná, que con la transición checa se nos había salido de presupuesto. Y un poco más lujoso que la histórica y baratísima cervecería U Cerneho vola, en la Plaza Loreto (Loretanske namesti 1), bajando del Castillo, en la que habíamos tomado unas raciones, bien ricas, al mediodía.

Llegamos puntuales. El local estaba vacío. El camarero nos colocó en la estrechísima bancada en el pasillo, en la que no cabíamos los cuatro. Hubo que plegar la sillita de la pequeña y colocar la montaña de abrigos y bufandas en otro banco. Tardaron una eternidad en traernos la carta y se negaron a hablar del menú de desgustación: “sólo carta”. Pensarnos en recoger e irnos, pero los niños tenían hambre y nos quedamos.

Mientras llegaba la comida, hubo varios incidentes de todo tipo relacionados con vertidos líquidos, visitas largas y cortas al cuarto de baño y cambios de pañal. Cuando, por fin, trajeron el plato principal, antes que la sopa que habíamos pedido para los niños, éstos estaban desesperados y habían devorado el pan.

Al rato llegó la sopa, tan limpia e inconsistente que se quedaron con hambre. Nuestro cordero estaba frío, seco, insustancial. El taco de col hervida que lo acompañaba y la patata no eran alimentos aceptables.

Nos consolamos con cervezas mientras los niños se revolvían como ratitas encerradas en aquella bancada inhumana y estrecha, bajando y subiendo a la mesa y escapando por debajo hacia el pasillo. La persecución de niños en restaurante pretencioso bajo mirada de camarero con cara larga no es una actividad agradable para acabar una jornada de turismo en familia. Mi hijo terminó vomitando en una servilleta. Lo bueno es que no llegamos a molestar a nadie porque seguíamos solos en aquel local.

Decidimos acabar con aquello. Pedimos la cuenta: 150 euros. Euros. Un palo XXL.

A pesar de la antipatía del personal, de la estrechez de la mesa, de la escasa calidad de la cena, a pesar de todas las incomodidades, el restaurante no tenía ninguna culpa de que hubiésemos vivido la peor cena de un viaje con niños y de nuestra vida en general. 

La culpa era nuestra, y sólo nuestra, por haber planeado una salida tan poco adecuada con nuestros hijos.

Desde entonces, y a lo largo de muchos años viajando en familia, hemos desarrollado algunos principios que nos han ayudado a evitar muchas incomodidades. Porque cuando eres padre no tienes por qué abandonar los viajes. Sólo reacomodarte a la nueva situación. Y seguir viajando. Porque no hay nada mejor en el mundo.

Básicos para viajar con niños

 

Planificar. La preparación es clave. Si se confía las ofertas de última hora un viaje que incluya a toda la familia es posible que todo el mundo se quede en tierra. Seis meses de planificación es un margen adecuado para un viaje largo. Parece un plazo exagerado, pero es la única manera de asegurarse los mejores vuelos, ofertas de coches de alquiler o alojamientos adecuados.

Informarse. Es importante obtener toda la información posible sobre el destino, a ser posible, de viajeros que ya hayan hecho el mismo viaje con sus hijos. Virtual tourist (en inglés) o Tripadvisor, para restaurantes, o Booking, para alojamientos, disponen de una opción para buscar comentarios de familias con niños. Dan muchas pistas y orientan bien a familias en situaciones similares.

Presupuestar bien. Hoy en día, casi todos los monumentos, museos o lugares de interés tienen páginas web en las que consultar horarios y precios de entradas, o hacer reservas online (pocas cosas tan odiosas como guardar cola con niños pequeños). Los organismos de transportes también publican su información en Internet. Visitas y desplazamientos son partidas ‘fuertes’ del presupuesto del viaje.

Atreverse. Viajando con niños se puede hacer casi todo lo que se hace cuando se viaja sólo con adultos: visitar monumentos, museos o iglesias, pasear por calles históricas, desplazarse en transporte público, entrar en tiendas e incluso tomarse unas cervezas. Pero de día.

Desistir de planes inadecuados. No existen cenas románticas cuando se viaja con niños, fue una lección cara, pero contundente, la de Praga. Después de un día de emociones, los niños se quedan dormidos en cualquier parte y, cuanto más caro sea el restaurante, menos les apetece lo que sugiere la carta. De tomar copas, ni hablamos.

Elegir bien el alojamiento. Es más práctico alojarse en un apartamento que en un hotel. Contar con un microondas para calentar un potito o una nevera en la que guardar leche resuelve algunas hambrunas urgentes. Los apartamentos tienen más sitio para cunas de viaje o, simplemente, para que los niños se muevan.

Implantar la sensatez. Nada de comprar recuerdos. El viaje es el regalo y hay que hacérselo entender a los niños desde la primera vez que se viaja. Se les antoja todo lo imaginable en lugares concebidos para vender cosas a los turistas, así que un buen truco, aprendido en Disneyland París, es dejar la compra del recuerdo para el último día.

Hemos aprendido muchas más cosas. Y hemos conocido muchas cosas juntos. Es lo que queremos compartir.