Portugal para familias viajeras principiantes
Si nunca has salido de España con los niños y te apetece empezar, te propongo un lugar cerca Lisboa, Aldeia da Mata Pequena. Un ‘campamento base' desde el que explorar una zona preciosa. [Publicado en ZoomNews.es en febrero de 2013]
Si nunca has viajado en familia y te apetece empezar, te propongo un lugar a 35 kilómetros de Lisboa, Aldeia da Mata Pequena. Es un ‘campamento base' desde el que explorar una zona preciosa y muy agradecida. Un destino que parece concebido para saltar por primera vez la barrera de un viaje con niños.
Lisboa y su región las llevamos recorriendo desde que nuestros hijos apenas andaban; con un niño y con dos; con reserva y a la aventura; en avión y en coche… Es un viaje siempre a mano, un destino siempre nuevo aunque se conozca bien. Sorprende cada vez y es increíble pensar que estando tan cerca sea tan desconocido para los españoles.
La última vez que visitamos la zona fue en el verano de 2011. Nos alojamos en las afueras de Mafra, cerca de la playa de Ericeira en el que, probablemente sea el alojamiento rural familiar más fabuloso que jamás hayamos visitado, la Aldeia da Mata Pequeña. Para llegar a esta aldehuela hay que imprimirse el plano de la web y seguirlo al pie de la letra, porque cuando estás llegando el GPS parece haberse vuelto loco. La primera vez cuesta encontrarlo.
Este puñadito de casas es obra de Diogo Batalha, un ejecutivo de Lisboa que un día decidió cambiar de vida y buscó un lugar lo bastante cerca de la capital portuguesa como para atraer el turismo de fin de semana y lo bastante lejos como para que rezumara autenticidad y tranquilidad.
Encontró una pedanía bien conservada a unos kilómetros de la ciudad de Mafra y fue restaurando las casas hasta convertirlas en uno de los centros de turismo rural más mágicos -y secretos- de la Península Ibérica.
Los anticuarios le resultaban demasiado caros, así que fue comprando enseres de casas que se vaciaban en la zona para decorar y equipar sus casitas. La restauración de las maderas y los muebles se la encargó a un excelente carpintero, artífice de las preciosas bóvedas de algunos dormitorios o de la recuperación de vitrinas, mesas, camas y otras piezas antiguas que decoran estas preciosas casitas de campo.
El resultado es una increíble aldehuela que parece haberse detenido 70 u 80 años atrás, con sus cuadros de pastorcillos antiguos, sus marcos de piedra en las fachadas o rústicos muebles idénticos a los que había en las casas de nuestras abuelas. Casas completas para dos, cuatro o seis personas, encaladas y ribeteadas de colores o forradas de piedra. Limpias y cuidadas, conservadas con esmero y con precios desde 60€ por noche y casa.
La aldea está rodeada de campos de cultivo y colinas. Los niños la corretean en completa libertad y quedan dos habitantes originales que se van aproximando al siglo. A lo lejos, la silueta del Palacio da Pena de Sintra.
Cada mañana, a las 9, llega la furgoneta desde Mafra y deja colgada en cada puerta una bolsa de tela con una enorme hogaza de pan aún caliente. Un pan famoso en todo Portugal que acompaña el desayuno que Diogo y su esposa dejan en cada casa: mantequilla, café y té, leche, fiambres, quesos, yogures… Los niños más remolones se levantan de un salto para desayunar.
El complejo es tan auténtico que recibe visitantes portugueses que emigraron muchos años atrás por Europa y que regresan para degustar el país tal como vive en sus recuerdos. Familias que hoy viven en Luxemburgo, Holanda o Bélgica, disfrutan de una experiencia portuguesa genuina.
La Aldeia da Mata Pequena queda lo suficientemente cerca de la capital y las atracciones de la costa como para hacer jornadas excursiones de un día. El palacio de Mafra o la playa de Ericeira quedan a un corto paseo en coche.
Lisboa, Cascais, Sintra…
A media hora más o menos de coche –con muy buenas autopistas y tal cantidad de minipeajes que resulta casi absurdo- se accede a Sintra, Lisboa, Cascais y Estoril. Toda la zona es una verdadera delicia. Monumental, pintoresca, de pasear y de ver, marinera y urbanita. No cabe en un solo viaje, sino que te hará volver muchas veces. Con tus hijos.
En Lisboa, recorred la Baixa, desde la impresionante Praça do Comércio hasta la de Rossio, pasando la vista por las fachadas. Sacad un pase de un día para el transporte público (6€ por persona) y subíos al Elevador de Santa Justa, construido por Eiffel. Pasad un rato en la Cervejaria Trindade, uno de los restaurantes más bonitos de Lisboa o acercaos a tomar un café a A Brasileira.
Recorred los miradores de este lado de la ciudad y asombraos de lo hermosa que es. Pasad a las colinas de enfrente en el Tranvía 28, tan viejo que parece una atracción de feria y roza los balcones. Recorred la Alfama y sus miradores al Tajo. Subid al Castillo de San Jorge –hoy el parque es de pago, pero es una gozada recorrer la muralla con los niños-. Id más allá hasta las iglesias blanquísimas de San Vicente y Santa Clara. Si tenéis tiempo, acercaos en tranvía al barrio de Bélem a visitar el Monasterio de los Jerónimos y la Torre, y a probar unos pasteles de nata en Casa Pastéis de Belem, con 175 años de historia.
El complejo de la Expo de Lisboa merece un día de visita y a los niños les encanta. El Oceanario sigue funcionando, y muchas de las instalaciones están vivas y en perfecto estado de conservación, como los telecabinas que sobrevuelan el recinto.
En Sintra se echa el día completo. Lo más difícil, aunque parezca mentira, es aparcar. Con niños es relativamente fácil visitar el Palacio Nacional y el Palacio da Pena, esa maravilla encaramada a un monte, aunque se tarda mucho tiempo subiendo y bajando o esperando al autobús. Los niños mayores lo disfrutan más.
El pueblecito costero de Cascais es una de las localidades más encantadoras de la costa. Más que visitarse, se callejea, y tiene un precioso paseo –que hemos hecho empujando la sillita del bebé- hasta la Boca do Inferno, un hueco en el acantilado en el que el mar bufa en su tono más fiero. Con muchas zonas peatonales, restaurantes muy agradables y una playita en la que pararse con los niños, es una visita preciosa y cómoda. Estoril, al lado, es el enclave más elegante y cosmopolita de la costa y también se hace muy bien con los niños.
Es un viaje sencillo y cómodo. Cuatro o cinco días bastan para realizar este primer contacto con el ‘extranjero’, si es que el vecino Portugal, con tantas cosas en común con nosotros, se puede considerar así. El trato con el turismo familiar, tanto en hoteles como en restaurantes, es un puntito o dos mejor que en España, porque ellos suelen viajar más en familia.
En cualquier caso, si pasáis por la Aldeia da Mata Pequena, dadles recuerdos a Diogo y su familia de mi parte. Gracias a ellos tuvimos unas vacaciones portuguesas memorables.